noviembre 06, 2007

Nada que decir

No se en realidad si son cuentos o no... se reciben comentarios, críticas, blasfemias, atrocidades y hasta malos pensamientos o deseos...


Nada que mirar. Ni luces, avisos, o la inagotable basura que crece como única señal de algo próspero en esta ciudad. Somos conejos buscando la zanahoria lejos del hogar, llegando muertos a casa, resucitados por la limosna, la escueta porción de poder que desaparece con el sudor, nos deja flacos de conciencia, gordos de consumo y deudas. De pronto las lamentaciones se esfumaron y algo suspendió mi mirada. Era la hermosa luna con su velo de nubes, asomada entre el espacio del edificio nuevo y las ventanas del tren, desde donde por fin renacía mi alma, al final del día.



Me han costado mucho estos días y no sé por donde comenzar a organizarme para que esto no cueste tanto. En verdad cuando el otro día me preguntaste que si me ocurría algo, debí poner atención a mi interior y reconocer que de verdad algo me pasaba, que algo me pasa, que no me ha dejado de pasar, que no me puedo alejar de aquella calle oscura, de aquellos perros aulladores, del sabor de la cerveza y un perfume suave, del cigarro ritual y su humo sobrevolando la silueta de alguien, del corazón atrapado entre las palabras y algo más.



Me ha encantado mucho, como otras veces, andar en micro. El paisaje interior, los bostezos, las huidizas miradas, las voces en una polifonía heterodoxa. La mirada exterior, el movimiento de muchas personas en direcciones diversas que comparten la avenida, los letreros, los kilómetros, las sonrisas y las seriedades. El flujo permanente, a veces lento, a veces grave, urgente. Más todavía en los días de lluvia, donde queda claro quien está a favor y quien en contra, quien se repele del agua y quien la recibe como un bautizo.



Sus amigos le decían que sólo era una calentura y que todas las razones enarboladas como banderitas no eran más que trapitos que le sacaban lustre a su esencia de lacho triste. En más de alguna oportunidad había sentido el escalofrío evidente del desconcierto provocado por el peso de tanto engaño, o el cansancio por tanta cópula diaria. Pese a ello, sentía en el lado más oscuro de su corazón un brillo de velas dispuestas para el amor, y sentía que esas luces eran la evidencia de la felicidad más pasajera y breve por la cual estaba dispuesto a morir.

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