enero 16, 2007

No somos iguales

No somos iguales……..

Caminando, encontré medio enterrado en la tierra, un pito. Lo moví con el pié y sonó la bolita que estaba adentro. No me interesa tocar el pito…. Apenas me intereso en tocar la guitarra y me sale destemplada, porque al escucharme no me reconozco ya en las canciones que me salen medio aprendidas y bastante mal cantadas. Sueño con cantar y resucitarme con la voz clara que nunca he tenido. Tarea imposible.
Tampoco estoy escribiendo a menudo… a menudo me masturbo y me aburro de la solitaria desdicha de no amar con el alma, la razón, la emoción y el sentido de tragedia que acompaña la locura de la pasión. No me quiero y eso es lo más claro. Me voy perdiendo en la rutina de los días de una espera infértil, intranquila y sin sentido. Cada palmo de día postergado, cada centímetro de oscura consternación me va sacudiendo y desmembrando hacia la nada en que me dejo caer. Me siento tan turbado, tan acomplejado por la culpa de sentir la culpa doblegándome la sien, la garganta, los ánimos de vida. Me voy no atreviendo a desnudarme en cada latido. Sigo escondiendo y negando los fantasmas que me nacen y me visitan con la idea de la muerte sugerida como único destino posible. Si…, tal vez sea la muerte la respuesta, no la del suicidio idiota y mártir de su propia mediocridad, sino la que salva de la rutina del tedio y la agonía de vivir sin vida en la mirada. Una muerte que me coja como a un primerizo. La que no se planifica con cartas de despedida y mil explicaciones sin sentido, sin latidos de naufragio real, dramático y repentino.
Cada día que llego hasta mi bodega de pesares, humo y privadas soledades, me voy extinguiendo sin la muerte que cura las maldiciones del destino. Me voy reduciendo inexorablemente a la sombra de mi mismo, a la desdicha de no tener una tristeza que me alce del cajón y me transforme en el muerto que vuelve de su vida inventada y ficticia y luche por una de vida de muerto entero y glorioso, vivo en la muerte que resucita las ganas y la pasión de existir a pesar de los pésames, las velas y las plegarias ajenas. Esta soledad de vivo muerto a medias que pena por la muerte que no tiene, por la imposibilidad de resurrección, es la que me tiene harto de la vida. No hay un sentido de búsqueda que motive mis pasos. La misma razón que me sostiene es la que me hunde sin encontrar un pulso entre mis venas descoloridas y fláccidas.
Me devaneo entre culpas, temores, cobardías, ansiedades, frustraciones y el desgano total por la luz que ahora alcanzo a ver. Nada guarda un algo que me obligue a dirigirme entero hacia mí. Todo es vano. Nada me alcanza. No alcanzo nada. Sólo hay fragmentos de colores sin resolver, sin apuntar dardo en alguna dirección. Me leo y no emociono las células de este cuerpo en duelo y desvelo.
Me crece la barriga de tanto pan sin sabor, de tanto alcohol pagado y tragado por nada. De tanto sueño que me tira a la cama remplazando el pulso vital por un latido sin ganas de latir.
Me doy cuenta que no somos iguales, mientras tu luchas por un vida posible, con nuestro hijo a tu lado, yo voy muriendo de tanto vivir sin sentido. Tú arreglas la casa que fuera nuestra, mejoras cada espacio en el que ya no estoy, pintas de colores las paredes como un anuncio de que lo mejor está por venir. Yo me voy extinguiendo a cada visita, me voy empequeñeciendo, aflojando los nudos y disolviendo en una ausente presencia de muerto de pena.
Me gustaría aflojar la cobardía y renunciar al ostracismo de hallarme solo en todas partes. Soy un adolescente que aparenta una madurez que no tengo, que no he alcanzado equilibrar. La pasión que me alejó de tus planes, ahora tampoco me acerca a una imagen de mi mismo y me siento perdido enrolado en planes que no he hecho, que no se han escrito ni ideado desde mis honduras vitales. Mis dedos, mis ojos, mis pies, yacen nonatos sobre los espacios en blanco de una virtual conexión con el mundo de las palabras. El sueño de los cansancios sólo anuncia amaneceres de tráfico, cálculos, obscenidades y mandamientos adversos a la dicha. No hay nada en estos días que me devuelva la ilusión bendita de los ciegos que miran a través de las paredes y los techos. No hay un solo argumento que neutralice la debacle, la fractura de tanto sueño hipotecado desde la infancia. No hay padre que me alcance un sarmiento como promesa de frutos y vinos que me devuelvan la alcohólica alegría de vivir lo inesperado como una fuente de perdones. Mi madre teje distancias y conspira por una mejor muerte que al final nos va matando lenta e irremediablemente. No hay herencias que delaten una riqueza suprema escondida tras la aparente desdicha de la muerte anunciada. No hay nada que me devuelva una y otra vez las imágenes perdidas de mi infancia, los recuerdos retorcidos por un empeño de sobrevivencia. No hay nada que mutile mis ganas de muerte enterradora y convoque aunque sea por un instante las luciérnagas fugaces de la esperanza domadora de las penas y los temores.

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