enero 25, 2008

Nada más...

Hay nada más ni nada menos que la vida en todo su rigor, toda su belleza, toda la consternación que causa vivirla con los matices más inesperados.
Entre el peregrinar permanente de una ciudad a otra, sin descanso, sin chauchas suficientes, entre el laburo de santiago, el pituto de ovalle, y la vida afectiva repartida (matices más y menos) entre La Serena y estas otras dos ciudades, me ha ido pasando de todo, o de todo lo que puede ser esperable, pero que te pilla de igual forma como un chiquillo. Como si de vez en cuando y con bastante regularidad te enfrentaras a la necesidad de rehacerte, reinventarte, improvisar en una secuencia de acordes que te parecen conocidos, pero que a la larga, en el resumen vienen a conformar otra armonía irreconocible, deslumbrante y a la vez consternadora. En ese ámbito irregular, donde tu sonido, el de tus pasos, de tus decisiones, de tus palabras como si fueran las primeras, vienen a marcar pautas desconocidas que te exigen sacar de tí, hacer de tí, un crio nuevo, recién aprendiendo a vivir. Y aunque es una exageración decir que esto es a cada minuto, la suma de ellos te hace sentir naciendo.
Sumado a todo esto, y sin haber dicho mucho, me ha tocado ahora posar mis pies en las tierras chillanejas para acompañar a mi vieja que ha caído en el hospital por segunda vez en poco más de dos años. En verdad aquí la estadística está a su favor, pero como en toda estadística, hay datos que al cruzarlos te develan realidades distintas. Antes fue el iniciar el periplo de una enfermedad nueva en su repertorio......


Ha pasado un mes y dos días desde que comencé a escribir esto, que fue dejado abruptamente por la llamada telefónica que viniera a cambiar el rumbo de mis días desde ese instante y para siempre. Fue a las 23:15 cuando mi hermano me llama y me dice que llamaron del hospital y necesitan a un familiar lo antes posible en la UCI.
Dejar el depto cerrado, caminar rápido sin desesperar,
apostar a una nueva oportunidad, a que las fuerzas alcancen,
que exista otro verano, uno más....
Caminar con cuidado de los autos
y las direcciones de las calles que me son desconocidas.
Llegar apurado pidiendo permisos, pidiendo orientación, subiendo el asensor,
llegar a la sala y ver los rostros, las muecas....

Abrazar, abrazar, abrazar....
abrazar y llorar....
pedirle que no sea cierto....
llorar, sentir la horfandad,
el dolor inmenso y quedo...
sentir su transpiración,
aún su calor,
hablar al oído como para despertar,
como para hacer dormir,
sentir el vacío del último adiós
unívoco.
Besarla,
acurrucarla,
acurrucarme.
Sentir la inocencia de la muerte en su rostro tranquilo,
en su paz lograda.
Llorar y sentir la impenetrable dureza de las puertas que se acaban de cerrar.
Pedirle a dios,
los santos, budas y demases
que la acojan en su paz,
creer que pueda andar flotando ahí mismo,
rozándome el cabello,
secando mis lágrimas....